MÓNICA CANZIO
“Materia sensible” – Marzo 2018
Cuando en pintura, como en cualquier otra actividad, se dice que alguien “tiene oficio”, el sustantivo inmediatamente se adjetiva. Se presume que ese alguien conoce, y domina, los secretos y laberintos del medio, y que ejerce la práctica al menos con habilidad y recursos. Pero también en la palabra oficio resuena la presencia de una fuerte materialidad, allí donde oficio implica el involucramiento en el trabajo físico propiamente dicho.
Mónica Canzio se revela como estrictamente apta en ambas acepciones: su pintura es de concreción sólida y decidida, con resoluciones formales de un ajustado rigor en el ensamblaje de carnales empastes que parecen exudar una humedad de recién pintados, inyectando porosidad en la proporcionada cohesión interna del cuadro. Alerta a las relaciones cromáticas de una paleta muy elaborada y sutil, y a los dinámicos contrapuntos de la bien temperada partición del plano, Canzio deja que la pintura crezca y respire mostrándose a sí misma con su cuerpo hecho a golpes de espátula y no de pincel, como si se reconstruyeran, bajo la forma de silenciosos poemas geométricos, los residuos atávicos de coloridos estucados y revoques, de superficies calcáreas que recuerdan la palpitación del fresco, de muros gastados a la intemperie, mientras un reflejo fragmentario de la pétrea aridez informalista resuena en la lírica aspereza de telas y papeles.
El lenguaje de Canzio, tan compacto y lacónico como voluptuoso y pregnante, invita en cada lienzo a familiarizarnos con el magnético efecto de densidad y turgencia del pigmento, aplicado en rítmicos cruces, pasajes y superposiciones. El resultado global podría verse como una serie de ensayos sobre la conciliación, y el conflicto, entre la energía pulsional y el ejercicio programático, ese fenómeno bifronte que es parte de la mecánica compositiva. La artista lo asume en una clara adhesión a la abstracción clásica, entregando el factor emocional en sostenidos raptos de límpida sensorialidad pictórica irrumpiendo incontinentes en la orquestación general, y en los detalles de la quebradiza modulación de cicatrices, salpicados, trazos y grietas que parecen crispar la aparente serenidad del todo.
Luego de una extendida carrera que la ha mostrado mayormente como escultora y diseñadora, Mónica Canzio regresa con firmes argumentos al disputado territorio de la pintura, y al hacerlo sigue siendo fanáticamente conciente del carácter de los materiales que utiliza. Así como su percepción y permeabilidad la llevaron al culto del espíritu del vidrio y de los objetos vetustos como materia prima de sus invenciones tridimensionales, ahora se sumerge en las sustancias del óleo y extrae de ellas una suerte de barro primordial para modelar las trémulas superficies táctiles de esta extraña alfarería plana, como si el impulso polifacético de su archivo manual e intelectual hubiera dado origen a la nueva, inesperada fisonomía de un único, esencial organismo.
EDUARDO STUPÍA
Febrero 2018